El Cuchi decía que este duende andaba encontrando y desencontrando a la gente, a las señoras de antes les hacía cortar la leche al hervirla, al caminante distraído tropezar con una baldosa, y agriarle el vino a los que no lo compartían. Y cuando andaba queriendo enamorar, bailando era temible, sobre todo en carnaval.
lunes, 30 de junio de 2014
El duende de Salta
El Cuchi decía que este duende andaba encontrando y desencontrando a la gente, a las señoras de antes les hacía cortar la leche al hervirla, al caminante distraído tropezar con una baldosa, y agriarle el vino a los que no lo compartían. Y cuando andaba queriendo enamorar, bailando era temible, sobre todo en carnaval.
domingo, 24 de noviembre de 2013
Amicarelli
Adiós Nonino por Menecha Casano y Néstor Guestrin
jueves, 1 de marzo de 2012
El Maestro Botelli
Y la versión con canto con la Orquesta Municipal de Salta dirigida por Eduardo Storni:
Néstor Guestrin
domingo, 19 de junio de 2011
Alfio
Teleco Teco, Alfio Mendiara (saxo), Néstor Guestrin (guitarra), C.King (percusion)
Amorosamente, Alfio Mendiara (saxo), Néstor Guestrin (guitarra), C. King (percusión)
lunes, 13 de junio de 2011
La Siesta de Gualeguay
Pasé de largo por Tala,
detenerme para qué.
De qué vale un paisano
sin caballo y en Montiel.
Bajaba luego en la pequeña terminal de Crespo a primera hora de la mañana, recorría las pocas cuadras hasta la Escuela de Música, y al cruzarme con los chicos en sus guardapolvos blancos dirigiéndose a su escuela ya ellos corrían la noticia de mi llegada. Era una fiesta. Luego con sus guitarras, y a veces hasta con mate y termo en la mano, pasaban cada uno por la sala donde los escuchaba, los guiaba y les indicaba los pasos a seguir, en mi misión pedagógica musical.
Al día siguiente, y previo paso por Paraná, la capital, para tomar el otro ómnibus, hacía el camino hasta Gualeguay, más al sur. Esta es una pequeña ciudad marcada por la poesía y también por un parque de árboles, de plantas, de flores, lleno de verdor, a orillas del río que le da nombre a la ciudad, o tal vez sea la ciudad la que se lo presta al río. Y es la poesía, digo, que la distingue porque grandes poetas han vivido en ella, o, como el nombre de la ciudad y el río, es ella la que les ha dado el material para su obra.
Dice Juan L. Ortiz:
¡Oh, vivir aquí,
en esta casita
tan a orilla del agua
entre esos sauces como colgaduras fantásticas
y esos ceibos enormes todos rojos de flores!
Las clases transcurrían como en la otra ciudad, y así como yo les enseñaba lo que sabía, también aprendía de ellos la particularidad de su música, el chamamé, su acento original arraigado como el habla, su rítmica como el aire pronunciado en la singularidad provinciana.
A la tarde, en la siesta, cuando se detenía todo como cabe a toda ciudad provinciana, jugaba yo con mi guitarra en la casa para recibir huéspedes donde me hospedaban, mientras el perfume de los limoneros se filtraba por la ventana arrastrado por el aire húmedo que mojaba las veredas. Entonces recordaba las otras palabras de don Juanele que cerraba aquel poema:
Una penumbra verde la funde en la arboleda.
Así fuera una vida dulcemente perdida
en tanta gracia de agua, de árbol, flor y pájaro,
de modo que ya nunca tuviese voz humana
y se expresase ella, por sólo melodías
íntimas de corrientes, de follajes, de aromas
de color, de gorjeos transparentes y libres…
Así nació esta música.
Néstor Guestrin
martes, 11 de enero de 2011
Tardecita Pampeana
“…la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra entre celajes y vapores tenues que no dejan en la lejana perspectiva señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo.”
“…al fin, al sur, triunfa la pampa y ostenta su lisa y velluda frente, infinita, sin límite conocido, sin accidente notable; es la imagen del mar en la tierra; la tierra como en el mapa…”
“La vidalita, canto popular con coros, acompañado de la guitarra y un tamboril, a cuyos redobles se reúne la muchedumbre y va engrosando el cortejo y el estrépito de las voces: ese canto me parece heredado de los indígenas…” (De Facundo, Domingo F. Sarmiento)
Hay músicas cuyos sonidos describen paisajes, que evocan tanto o mejor que las palabras aquello que se intuye próximo o en una cercana lejanía. Quien mira parado desde el borde mismo de esa región llamada pampa vislumbra hacia adentro el interminable espacio determinado por esa cualidad en la poética de su descripción. Acordes lentos, morosos, tranquilos, al desmenuzarse sin prisa, nos dan el sabor del verde en conjunción confusa con el celeste de un cielo de agua al fluir en forma pausada y cálida. La planicie, la llanura infinita, la pampa argentina representada en la música se traduce así en una antigua melodía de vidalita salpicada como con un pincel sobre la insistente rítmica obstinada de un golpeteo del tamboril, aquel mencionado por el ilustre escritor.
Un músico de la ciudad, Astor Piazzolla, ve aquí desde la orilla, desde el borde, la profundidad insalvable de aquello que para Sarmiento, desde la historia, era un infinito desierto de verde y ausencias. Entra con su mirada y señala con sus notas la lánguida sensación de distancias irreductibles, en apariencia inhóspitas, pero sólo para quien no las transita ni conoce. Un mundo propio hay allí, se deduce, de guitarras, de cantores, de baqueanos, de gauchos e indios perseguidos, de historias secretas y conocidas, de leyendas y mitos, de fantasías y realidades.
Y las notas las cuentan, o creemos que las cuentan. En una tardecita de mate y sol postrero, demorada por la charla y el recuerdo.
Néstor Guestrin