En 1936 llegaba a Buenos Aires el joven músico
Stefan Eitler huyendo de la barbarie europea. Acá pasó a llamarse Esteban
Eitler.
Había
nacido el 25 de Junio de 1913 en Bozen o Bolzano, hoy el Tirol italiano, por
entonces parte del Imperio Austro-Húngaro. Estudió música (violoncelo, flauta y
piano) en la Real Academia de Budapest llegando a ser primer flautista de la
Orquesta de esa ciudad.
Al llegar
a esta tierra conoció a una alemana judía, Ilse Lustig, y ante lo que se vivía
en Europa decidieron quedarse y no regresar. Tuvieron dos hijos: Rolando y
Valter.
Según el
relato de la investigadora chilena Daniela
Fugellie [1],
de quien obtuve alguno de estos datos anteriores, en esos primeros tiempos en
Buenos Aires participó en varios ensambles como flautista y en viajes a Bolivia
se interesó por la música andina comenzando a componer inspirado en melodías
pentatónicas. De esta época son sus obras orquestales Bolivia (suite de cuatro piezas – 1941), Eco Puneño (1942), Esbozos
de la Puna Peruana (1943), para piano Tres
Piezas Incaicas (1941), y otras para diferentes formaciones.
En esos
años conoció a Juan Carlos Paz, con cuya
dirección animó las actividades de la Agrupación
Nueva Música, organizando y participando en los conciertos donde difundían
las nuevas tendencias musicales y renovando él su lenguaje musical
aproximándose al dodecafonismo y a la politonalidad. El mítico Teatro del Pueblo, en un subsuelo sobre
la Diagonal Norte, a metros del Obelisco porteño, era el lugar generalmente
elegido para esas reuniones.
Además de componer y tocar crea su propia
editorial para publicar su música y la de otros compositores relacionados con
él, la Editorial Politonía. En ese
catálogo aparecen impresas músicas, a más de las suyas, algunas de su maestro Juan Carlos Paz, de Daniel Devoto, de los brasileros Koellreuter y Edino Krieger,
y otros más.
Dice Juan Carlos Paz en el prólogo de una de
sus obras editadas: “Su inquietud y
curiosidad por conocer nuevos medios de expresión le ha llevado a ensayar diversas
técnicas de la composición, luego de abandonar el impresionismo
incaico-pentatonal, habiéndose abocado a los problemas del politonalismo, luego
de una etapa intermedia en el que cultivó el postimpresionismo, para desembocar
últimamente en el atonalismo integral y luego en la técnica de los doce
sonidos.”
Resulta
muy extraña, a la luz de estos datos, la cita que hace el periodista Julio
Nudler en su escrito “Tango Judío”, una recopilación de anécdotas referidas a
músicos judíos que participaban en orquestas de tango y música popular, aquella
en la que menciona a Eitler, tomada de los dichos de otro músico, Gregorio
Surif, primer violín del Teatro Maipo, aclarando, eso sí, que era su enemigo
íntimo: “…el fascismo que se respiraba en la atmósfera de esos primeros años 40,
mientras los nazis arrasaban Europa, le infundía miedo. Para colmo, en la
orquesta del teatro había un flautista sudtirolés, manifiestamente
nacionalsocialista, llamado Stefan Eitler. Sólo había que cambiarle la E por una H… Curiosamente, en un
libro dedicado al forzado exilio austríaco (“Wie weit ist Wien”, de la editorial Picus, publicado en castellano como Qué lejos está Viena) se incluye a Eitler como emigrado de Hungría en 1936, para huir del
régimen pronazi de Horthy.”
A mi juicio un agravio de Surif sólo
explicable por esa enemistad personal que menciona al principio de la nota el
mismo Nudler, pero resulta inexplicable que el autor de ese anecdotario se haya
hecho eco de tal infundio con esa aseveración calumniosa. Cosas de periodistas.
Y
además de la música dedica también su creatividad a la plástica, formando parte
destacada del movimiento vanguardista Arte Madí.
A principios de la década del ’50 se traslada
a vivir a Chile, donde forma el grupo musical Tonus, de amplia relevancia en la
actividad creativa musical.
Dice Gustavo
Becerra, reconocido compositor chileno: “Este vacío de presencia, principalmente de música contemporánea
europea, lo trataron de llenar, en un esfuerzo enorme, los integrantes del
grupo TONUS, impulsado desde su origen por esa personalidad generosa,
desprejuiciada e impetuosa, de gran calidad artística, que fuera el compositor
argentino, de origen tirolés, Esteban Eitler.”[2]
No sólo se dedica a la llamada “música seria”
o “de concierto” como flautista, sino a la música popular, como acordeonista y
director del grupo Don Esteban y sus
Trotamundos. Encuentro en este sentido una grabación histórica: un disco de
aquellos llamados “dobles de 45 r.p.m.” donde él figura como acordeonista y
flautista, y si bien allí no lo menciona, seguramente sería el arreglador y el
productor fonográfico del mismo, la “primera grabación en vinilo” (como se dice
en el comentario), de Violeta Parra,[3]
de 1955.
En 1957 se traslada con su familia a São
Paulo, Brasil, y allí fallece, muy joven aun, de leucemia, un 25 de Junio de
1960.
En mi caso llegué a tomar contacto y conocer
algo de su obra a través de la biblioteca personal de otra gran personalidad
olvidada, el guitarrista y trompetista brasilero residente en Buenos Aires, Augusto Marcellino. Quien tenía a cargo
la misma después de su muerte, su alumna Lucila
Saab, me facilitó algunos ejemplares de aquella Editorial Politonía. Entre
ellos un álbum titulado “Música de
Vanguardia Latino Americana”, publicado en marzo de 1949. Además de obras
de Juan Carlos Paz y Daniel Devoto, aparece, de Eitler, la Sonatina 1942, para wiolaum
o guitarra, fechada en Noviembre de 1942. El término wiolaum era el nombre que Marcellino daba a la guitarra, tomado,
quizás, del portugués antiguo. La escritura estaba hecha según el curioso
criterio de Marcellino: en dos líneas, la superior en clave de Sol en 1º línea,
y la inferior en clave de DO en 1º línea. Los números y letras de la digitación
siguen también el personal enfoque de Marcellino, diferente al tradicional. Más
allá de estos criterios, harto discutibles por cierto y que a lo único que conducen
es dificultar la lectura, aparece una obra de inusitada belleza, gran
complejidad técnica y enorme interés. Me animaría a decir una obra de capital
importancia en la literatura guitarrística rioplatense. Tiene tres movimientos:
Lento y suave, Alegre y rítmico, y Lento y melancólico.
La toqué en varios conciertos, y he aquí la
grabación que hice hace algunos años.