La realidad no suele coincidir con las previsiones dice Borges en uno de sus relatos. Tal improbabilidad, posible siempre de corroborar, asombra cuando ocurre en el mismo edificio donde funcionara hace años su mítica Biblioteca Nacional, de la cual fuera su director, sobre la calle México de la ciudad de Buenos Aires, ahora sede del Instituto Nacional de Musicología y por ende actual espacio para su biblioteca especializada.
Buscaba hace poco, para un trabajo literario en curso, el Cancionero de Wilde de 1837, una colección de canciones de diversos autores de la época, recopilada por José Antonio Wilde y publicada en ese año.
Me dirigí al Instituto Nacional de Musicología, lugar natural donde suponía podría encontrar ese material. Después de ascender los pocos escalones desde la vereda y empujar la pesada puerta de madera, enfrento a las personas de guardia para identificarme, inútil formalidad de edificio público. Luego recorro un breve pasillo en penumbras, según las indicaciones recibidas, y llego finalmente al lugar adonde presumía estaba la razón de mi búsqueda, detrás de una puerta vidriada.
La traspongo y al encontrarme con el encargado de esa sección le explico el objeto de mi pesquisa. Recibo como atenta respuesta que quizás lo que busco es un libro de reciente publicación acerca de tal obra.
Me lo alcanza y veo que se trata de una edición del 2006 del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, realizada en conjunto con la Universidad Nacional de La Plata, de una reproducción facsimilar del Boletín Musical Nº2, uno de los dieciséis que aparecieron como publicación periódica en aquella época, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, editado por el litógrafo Gregorio Ibarra a partir de agosto de 1837 y único ejemplar que se conserva en el Museo de Instrumentos Musicales Dr. Emilio Azzarini de la UNLP.
Como prólogo a la reproducción de esta pieza histórica, un extenso y muy completo escrito de la musicóloga Melanie Plesch analiza con rigor y sabiduría no sólo el contenido del mismo sino su apariencia y la circunstancia histórica de su aparición.
Hojeo el mismo y compruebo con desazón que no es lo que buscaba, pero el azar, y la amable diligencia del bibliotecario, ponían ante mí el hallazgo de algo que no tenía previsto, como ratificación de las palabras del ilustre escritor, antiguo transeúnte de esos mismos pasillos.
Sigo con atención las mismas páginas, y leo la afirmación de Melanie Plesch que en el Tesoro de la Biblioteca Nacional hay un ejemplar del Cancionero Musical de Wilde, publicado en el mismo año y que era lo que yo buscaba, consistente en las letras de canciones de la época, pero sin su música. Mi intención de hallar las partituras de Rosquellas, Alberdi, Esnaola y otros de esas canciones se desvanecía. Sin embargo, al mismo tiempo podía ver otras composiciones de algunos de estos autores, de indudable valor histórico y musicológico.
Dentro de este Boletín, ignoro lo que habrá en los otros quince y si alguna vez serán hallables, aparecen dos pequeñas piezas para guitarra: un Minué de Fernando Cruz Cordero y una Valsa de Nicanor Albarellos.
En el primero, en la tonalidad de Do Mayor, figura como autor el nombre Dn F.M. Cordero, indudablemente una confusión del copista que adjudica al padre, Fernando María, lo que pertenece al muy joven hijo Fernando Cruz Cordero, hábil guitarrista nacido en Montevideo en 1822 y muerto en París en 1863. El padre, por lo que sabemos, no tiene ningún antecedente ni como músico ni como guitarrista, aspectos que Fernando hijo los llena sobradamente, por lo que es presumible su autoría casi con seguridad. Otro olvido en esta versión aparece en el compás once donde resulta evidente la omisión de los sostenidos a los dos Fa del acorde.
La otra pieza es una Valsa adjudicada por el copista a N.A., iniciales que corresponden a Nicanor Albarellos (Buenos Aires 1810-1891), prestigioso médico y afamado guitarrista, nacido en la localidad de San Isidro. Hoy una de las calles de ese municipio lleva su nombre.
Acerca de sus datos biográficos no me extenderé ya que ellos pueden encontrarse en mi trabajo sobre "La Guitarra en la Música Sudamericana", y a él remito al lector interesado.
Ambas piezas, si bien breves, por su refinamiento y elegancia trasuntan el espíritu de los salones ilustrados, reuniones de gente de distinguido nivel social donde la música y la poesía eran el centro de interés.
Se contrapone, por cierto, a la guitarra ruda y agreste de los cielitos y cifras utilizada por las manos más toscas de gauchos y payadores para acompañar la voz. Estas características nos reflejan un cierto nivel social, pero carecen, es necesario aclarar, de una linealidad directa con simpatías políticas. Si bien Albarellos fue un ferviente antirrosista, en cambio Cruz Cordero no hizo obstáculo en adherir a la causa federal para conseguir el grado de doctor en la Universidad de Buenos Aires, en la década de 1840. No se podría afirmar con esto su apego a la causa rosista, pero por su trayectoria no estaba enfrentado a ella de ningún modo. Ambos, sí, participaban del mundo social urbano, elegante y fino, en contraposición al de orilleros y campesinos.
He aquí, pues, dos piezas para guitarra, publicadas en 1837, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, y que son uno de los poquísimos ejemplos que podemos rescatar de lo que se tocaba en Buenos Aires en esos años. Ambas partituras se pueden consultar en mi sitio de Música del Sur. (http://musicadelsur.4mg.com/guitar.htm)
Al salir del edificio, después del hallazgo, una voz quizás tenue escucho me recuerda al oído: En la sala tranquila/cuyo reloj austero derrama…
Conjeturo serán las sombras de Rosas y Borges encontradas y enfrentadas entre las notas de estas pequeñas piezas, guardadas en los anaqueles de ese viejo templo. ¿Será eso el Paraíso bajo la especie de una biblioteca, del Poema de los Dones?
Néstor Guestrin